Por Marisa Casanueva
El martes 11 de julio emprendía el viaje a Madrid para realizar el test de lactato (12 de julio) que exige la Federación Española de Atletismo a los maratonianos seleccionados antes de una gran cita.
Dicho test constaba en realizar 8*2000 a 3’37″5 por km, y diréis, ¿por qué a ese ritmo? Pues porque ese ritmo es el “máximo de lento” al que corriendo el maratón accedemos a realizar sub 2h33’00”, que es la marca mínima exigida por parte de la Federación Española de Atletismo para participar en el Campeonato del Mundo.
Con lo cual, se trataba de ver que los corredores estuviésemos en ese nivel. Con esto sabríamos, una vez analizados los resultados, si la línea ascendente por acumulación de lactatos se mantenía “llana”. O bien si iba subiendo progresivamente hacia arriba. Esto indicaría que podíamos mantener ese ritmo durante todo el maratón.
En busca de la regularidad
Normalmente los test de lactato se realizan en una pista de atletismo. Ello es debido a que al ser todo el rato la misma superficie, sin desnivel y estar medido al milímetro, el atleta puede controlar con total precisión el ritmo de carrera. Este es un factor muy importante. Esto es porque al hacerse variaciones en el ritmo el lactato tiende a aumentar. Por ello es indispensable una regularidad constante.
El día que llegamos nos informaron que haríamos el test en una recta de asfalto de un parque. Ida y vuelta. Se buscaba que nuestras sensaciones fuesen más parecidas al maratón, porque en en la pista de atletismo de Madrid iba a hacer mucho calor. Sin embargo, en ese parque había bastante arboleda.
El resultado de un test de lactato es una referencia más. Sin embargo, no es la única para valorar el estado del atleta. Por ejemplo, hay factores como el cansancio por acumulación de entreno que pueden interferir en dicho resultado.